Psiquiatría

Diferencias en el patrón de actividad neuronal en víctimas de bullying y acosadores

Gracias a una nueva investigación realizada en la Universidad de California, por Johnna Swartz y sus colegas, en la cual estudiaron  49 adolescentes, de 12 a 15 años y que encontró una relación clara entre los patrones de actividad de la amígdala (una región del cerebro involucrada en la detección de amenazas) y los puntajes en el cuestionario de acoso relacional, tal vez podamos entender porqué un niño puede convertirse en victima de acoso y otro, en un acosador.

En esta investigación se le pedía primero a los adolescentes informar sobre sus experiencias de “intimidación relacional” (ya sea como acosadores o víctimas) en los últimos 12 meses. Esta es una forma de acoso no físico, que implica dañar la posición social y las relaciones de un individuo. Puede implicar excluir a un niño de las actividades sociales, como una fiesta o un grupo en la mesa del almuerzo, o difundir chismes o rumores sobre ellos. A continuación, se les mostró una serie de imágenes de rostros elegidos que expresaban miedo, ira o felicidad mientras se escaneaban sus cerebros usando estudio por imágenes.

Se asoció con una mayor conducta de intimidación, la combinación de actividad de la amígdala de superior a  media para rostros enojados y baja actividad para rostros temerosos. Mientras tanto, una mayor capacidad de respuesta de la amígdala a los rostros enojados y/o una mayor capacidad de respuesta a los rostros temerosos, se relacionó con más experiencias de ser víctima de este tipo de acoso. Los imágenes también sugirieron que el aumento de la actividad en la corteza cingulada anterior rostral en respuesta a caras temerosas se asoció con un comportamiento de intimidación menor.

Los resultados sugieren que la intimidación relacional y la victimización están relacionadas con diferentes patrones de actividad neuronal ante rostros enojados y temerosos, lo que podría ayudar a comprender cómo los patrones de procesamiento de la información social predicen estas experiencias.

Aún no está claro exactamente cómo pueden desarrollarse esos patrones. Cuando se trata del comportamiento de intimidación, los adolescentes con una fuerte respuesta de la amígdala a los rostros enojados pueden estar predispuestos a interpretar a los compañeros en situaciones sociales ambiguas como hostiles. Mientras tanto, la baja reactividad a los rostros temerosos puede relacionarse con una menor capacidad para percibir o procesar la angustia de los otros, lo que podría conducir a menor empatía.

Los adolescentes con una respuesta más fuerte a los rostros temerosos o enojados, o ambos, pueden ser más propensos a evitar a sus compañeros, lo que lleva a un mayor rechazo por parte de los otros adolescentes y aumenta las posibilidades de victimización. Se especula que una mayor actividad en respuesta a rostros temeroso, podría reflejar un mayor procesamiento de la angustia de otra persona, lo que puede promover la empatía y reducir la probabilidad de intimidar a otros.

El estudio tiene varias limitaciones, por lo tanto los resultados deberían considerarse preliminares. Por ejemplo, no se midieron los niveles de empatía. Podría ser que las diferencias en los patrones de actividad de la amígdala fueran resultados de experiencias de intimidación o acoso escolar previos.

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